Huye
en plena madrugada en coches con sirenas que no llevan mi nombre,
pero sucumbe a sus cantos (aunque éstos mientan). Ahí, perdido en
mitad de ese océano cree comerse el mundo, y no se come ni el
orgullo. Que es muy triste, que se deshagan las camas solas y no
seamos nosotros los culpables. Pero lo tengo en cuenta, la sal
siempre escuece en heridas abiertas. Mi insomnio, empieza en el mar
que bañan tus ojos. Vamos a atar cabos, que al fin y al cabo,
nuestra vida no se pierda en un golfo. Y es que las botellas que
llegan a mis orillas ya no llevan mensajes, sino el alcohol con el
que relleno los vasos de ti. Creí ser superviviente en esta isla
desierta, y yo, marinera sin rumbo, sin norte, sin sur, acabé en el
naufragio de tus puntos cardinales. Siendo pirata sin tesoro.
Navegando sin dirección por las mareas de tu cuerpo. Pero como ya
dije, rechazo hundirme. Y por anclarme, me anclo a tu no saber estar,
a tu para siempre repleto de nunca jamás. Elegir muerte o mar, daba
lo mismo...
Escrito por María González Torres. ©