martes, 27 de agosto de 2019

El Síndrome de la Selva.







Selva, donde el corazón late más rápido, donde me entienden cuando no me entiendo ni yo. Donde encontré la banda sonora de mi vida, el resumen de las sonrisas y la sinopsis perfecta de la felicidad. Donde me hice imparable, implacable.

A ti, que debes ser de fuera de la retina, algo parecido al brillo de los ojos. La frase subrayada del resto de mis libros. El tesoro que encuentras en mitad de la basura. O viceversa, tú ya me entiendes... Algo así como la parte del iceberg que no se ve, pero con la que chocas de frente y para siempre.

Selva, donde esculpiste mi corazón de piedra y lo hiciste gárgola. Le diste vida y ahora late. Joder que si late. Donde existen mañanas de no te vayas nunca, ahora, que siempre estamos a tiempo, que da igual las horas que nos quiten. Donde encontré en cada uno de mis “quiero” todos tus “puedo”.

A ti, que dejaste mi zona de confort por los suelos y me hiciste valiente. Que me desarmaste, y yo, casi inerme, con una sola bala en la recámara saldría de la trinchera tan solo por otro beso más. Fototaxia positiva, supongo.

Que eres de vida contagiosa, que me has hecho indígena de un sitio que no me pertenece y en el que quiero quedarme. Quiero abrazarte tan fuerte como para que mi corazón se pase al laito del tuyo. Y es que he llegado a un punto que estar en mi cama sin que sea la tuya la hace menos mía.








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María González Torres. 

Imagen: María González Torres.