viernes, 6 de noviembre de 2020

Despedirse sin despedida.


 


Hoy me han dicho que no voy a verte más, ni a tocarte, por supuesto, tampoco voy a abrazarte. Dicen que hay un intruso que ha parado el mundo, y que yo, hija, me tengo que contener, confinar, alejar… Mantener las distancias con un corazón que se apaga y pide consuelo.


Dicen que no puedo sonreírte, acariciarte, ni besarte por última vez. Como si los intrusos fuésemos nosotros, como si nuestras vidas hubiesen cambiado y ya no fueras madre. Como si toda tu vida se resumiese en esto y yo no te quisiera acompañar en esta última dura batalla. Como si ya no te adorara.


Hoy me han dicho que la cuenta atrás son días, que te están creciendo las alas a través de una metástasis y que te tengo que dejar marchar, pero sin decir adiós, ni siquiera bajito.


Me lo han dicho todo, pero no nos han dejado decirnos todo lo demás. Menos mal, que ambas sabemos, que ya está todo dicho: todo eso de los te quiero, de las gracias por mi presente, pasado y futuro y por enseñarme a ser.


Hoy me mandan fuerzas, canciones, ánimos y besos para ti… Pero mamá, me dejas una de las mejores herencias, porque todo eso que no he podido darte más que en un par de horas al día, lo he ido acumulando y me lo quedo dentro. Son mi para siempre.


Me han quitado el adiós, y por tener elección… Elijo que sea un hasta luego porque jamás podrán quitarme tu risa, tu amor y tu bondad. Me quedo con todo lo que has aportado a mi biografía vital y que nunca, nunca, me quiten tu recuerdo.







06 Noviembre 2020

Homenaje a Carmina.

Dedicado a Raquel. Hija y compañera.








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María González Torres. 

Imagen: Raquel Álvarez Fernández (@rakelaf)

domingo, 18 de octubre de 2020

Ansiedad.

 



La oscuridad del llanto

cuando se cierra el telón que son los párpados.

El encierro que oprime el tórax, 

sin jaula, 

pero sin escapatoria. 

El saltar sin soga, 

darte la hostia. 

Otra de tantas. 

Los sacos de lluvia de los ojos, 

el dióxido de carbono que vacía los pulmones. 

Las palabras presas de una garganta anudada. 

Que uno tenga sed, 

pero que el agua no esté cerca. 

Aprender a base de Jarabe de palos. 

La música que suena, 

sin embargo no escuchas. 

Lo inconsolable de lo inexplicable, 

de lo fortuito, 

de lo incomprensible. 

El que nadie comprenda. 

La esfera gigante que rueda y rueda, 

la montaña de granos de arena, 

la piel fina, 

translúcida, 

inexistente. 

Convertida otras veces en piel de caparazón. 

Impenetrable, 

solo tuya. 

Solo para ti. 

La angustia. 

La náusea. 

Las ganas de tener ganas, 

la pereza de tener ganas de tenerlas. 

La frustración que da el estar frustrada. 

La fatiga. 

Derrotarse una misma. 

El pasado que pesa y se posa, 

mas no pasa. 

Dinamitas con mechas demasiado cortas 

que hacen volar todo por los aires. 

Menos tú, que no vuelas, 

que te quedas sin alas.

Se anclan tus pies de plomo al asfalto 

o se hunden en el pozo. 

Flotabilidad negativa. 

La mujer de porcelana, 

niña burbuja de huesos de cristal. 

Mentalmente inestable 

muerde las uñas siete noches de cada una. 

La inseguridad que supone 

no estar segura de una misma. 

Las preguntas retóricas, 

que retorcidas, 

siguen sin tener respuesta…



Coger aire en el pecho de otro. 

Respirar en calma.

Inhala.

Exhala.

Y cuenta hasta diez.

O cien.

O mil.

Mañana será otro día.





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María González Torres. 

Imagen: Alba Cantalapiedra (@albaricoque_acg)

lunes, 3 de agosto de 2020

Yayo.

       




         Luis, mi abuelo, mi yayo, pero también padre, hijo, hermano, marido, compañero, amigo… y sobre todo superviviente. Gracias por transmitirme tus ganas de vivir, de luchar, pasase lo que pasase, siempre mirar a la vida de frente y con valentía. Gracias por enseñarme a afrontar las cosas con el amor, honor y respeto que merecen.


Gallego de ojos eternos, el telón se cierra pero aquí dejas toda tu sabiduría, cariño y nobleza. Gracias por enseñarme a ser joven en el corazón, porque nunca envejeciste, porque tus ansias por la vida siempre fueron más allá y disfrutaste, y nos hiciste disfrutar, de todos los momentos posibles al máximo, sin dejar nada para la vuelta.


Gracias por tus risas, tus besos y tus abrazos. Gracias por mi infancia. Son muchos los recuerdos que me vienen a la cabeza ahora mismo, siempre tan dispuesto, tan activo, tan inquieto. Gracias por mis raíces las cuales hiciste florecer al regarlas con dedicación y esmero día a día. 


Gracias por la sonrisa detrás de los malos momentos, de los sustos que nos distes, pero siempre positivo, aunque ahora sé que debiste ser el que más miedo pasaste. Gracias por enseñarme lo bello de la vida y deshacer los nudos que se nos formaban en la garganta.


Gracias por ser hogar y por cuidar de nosotros siempre, puedes estar tranquilo, que todos vamos a cuidar de la yaya lo mejor que podamos.


Y como tu profesión nos ha enseñado, la muerte no es el final, así que nos vemos en los bares, con tu vino y los millones de besos que no he podido darte estos últimos meses.


Te quiero, yayo.




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María González Torres. 

miércoles, 1 de abril de 2020

Maldito bicho.

 


         Ayer, por casualidad, llevaba esta camiseta de cuando hice la carrera de Bioquímica, la típica camiseta que llevábamos en las fiestas de la universidad. Por cosas del azar, esta tenía la frase “lo que no te mata, te muta”. Yo, me encontraba en mi cuarentena haciendo mascarillas con mi madre para los hospitales más cercanos y que tanto las necesitan, ya van 400 entregadas y otras tantas en proceso. No puedo evitar pensar que ojalá esa frase sea cierta en estos días. Ojalá cuando salgamos de todo esto, cuando sobrevivamos a este confinamiento y a este maldito virus con corona, ojalá mutemos. Y nos hagamos más fuertes.

Espero, porque en estos días no queda otra que esperar, que todo esto nos sirva para algo. Ahora que la naturaleza nos está dando un guantazo de realidad, nos está poniendo en nuestro sitio y nos está devolviendo con creces que la hayamos sacado de su eje. Para equilibrarlo todo nos ha tenido que frenar en seco. Confío en que aprendamos a valorar el tiempo, ese que antes nunca teníamos y ahora nos sobra, ese que queremos que deje de sobrarnos, volver a la rutina. Espero que nos hartemos de las tecnologías que tanto nos están dando estos días, dejarlas a un lado cuando por fin podamos salir de casa. Ahora que no existen donantes de corazón, ojalá que pongamos el nuestro en todo lo que hagamos y hacemos. Que miremos y disfrutemos al máximo del cielo, las aguas cristalinas, los montes y los bosques que ahora descansan de nosotros. Que cuando salgamos de este letargo nos regocijemos al respirar un aire limpio con unos pulmones sanos. Quiero creer que los bienes materiales seguirán quedando en un segundo plano y que todo el mundo podrá tener los productos de primera necesidad. Espero que continuemos siendo solidarios aunque ya no haya miedo en nuestras propias carnes, en nuestros propios ojos. Ojalá sepamos mirar las cosas desde los ojos del resto; y nos sigamos ayudando. Espero que permanezcamos sonriendo a través de las ventanas, y por las calles que ahora tanto anhelamos. Que continuemos aplaudiendo a todos aquellos trabajadores que nos ayudan día a día, pero esta vez, dándoles las gracias directamente. Por favor, que sigamos comunicándonos, pero sin echarnos de menos, sino gozando de las conversaciones con los demás; con cafés, cervezas y miradas; que nos quemen los móviles en las manos por desear soltarlos y abrazar a los nuestros; que saquemos horas del reloj para los viajes y poder besar a los que estén más lejos, olvidándonos de las excusas. Nunca quisimos tan fuerte que las distancias fueran más cortas.

Este rey de los bichitos nos está mutando, nos está cambiando y por ser positivos esperemos que hayamos aprendido algo de todo esto. Todo lo malo que nos está quitando este virus, convirtámoslo en algo bueno. Sembremos de nosotros este mundo enfermo. Y mientras nos encargamos de frenar la curva, de hacerla más pequeña, nos sirva de algo y seamos nosotros los que crezcamos como personas. 

Y bueno, por el Coronavirus no os preocupéis, acabaremos derrocándolo.








Día 20 de cuarentena por Coronavirus. 
01 de Abril 2020, Cartagena.
María González Torres.


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María González Torres. 

sábado, 22 de febrero de 2020

Te quiero la vida.



        Hace un año, encontré por quien cortarme la oreja, ya sabéis, como Van Gogh y su consecuencia. Por quien me veo en todas las escenas de esas películas cursis que no soportas y de quien hablan todas las canciones bonitas. Algo así como la banda sonora del mejor año de mi vida.

       Hace trescientos sesenta y cinco días que domino, como puedo, mis orugas y que por fin han decidido abrir sus alas y echar a volar en un estómago cada vez con menos nudos. Que he encontrado con quien llenar todos los por si acasos de mis maletas, las sonrisas de mis fotografías y el hueco entre mis brazos. Ahora, tengo el pasaporte para todos mis viajes.

       Hace un año, mi realidad se dio de frente con otra realidad. Y se volvió más fuerte, inquebrantable. Ambas, dejaron de ser realidades paralelas para ser perpendiculares y unificarse para siempre. Yo, que soñé con quien me hiciese volar teniendo los pies en el suelo; y ahora, no sé soñar si no es desde tu cama.

       Hace doce meses que cuento el tiempo sin que pesen los segundos, que me olvidé de la letra pequeña, y le diste calma a este corazón impaciente. Desde entonces te quiero y te requiero. Te quiero de la A la Z. Te quiero en toneladas. Te quiero en signos que solo los sordos oyen, en braile y a viva voz.

       Normal, si desde hace un año, soy para ti, pero más mía que nunca.





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María González Torres.