lunes, 3 de agosto de 2020

Yayo.

       




         Luis, mi abuelo, mi yayo, pero también padre, hijo, hermano, marido, compañero, amigo… y sobre todo superviviente. Gracias por transmitirme tus ganas de vivir, de luchar, pasase lo que pasase, siempre mirar a la vida de frente y con valentía. Gracias por enseñarme a afrontar las cosas con el amor, honor y respeto que merecen.


Gallego de ojos eternos, el telón se cierra pero aquí dejas toda tu sabiduría, cariño y nobleza. Gracias por enseñarme a ser joven en el corazón, porque nunca envejeciste, porque tus ansias por la vida siempre fueron más allá y disfrutaste, y nos hiciste disfrutar, de todos los momentos posibles al máximo, sin dejar nada para la vuelta.


Gracias por tus risas, tus besos y tus abrazos. Gracias por mi infancia. Son muchos los recuerdos que me vienen a la cabeza ahora mismo, siempre tan dispuesto, tan activo, tan inquieto. Gracias por mis raíces las cuales hiciste florecer al regarlas con dedicación y esmero día a día. 


Gracias por la sonrisa detrás de los malos momentos, de los sustos que nos distes, pero siempre positivo, aunque ahora sé que debiste ser el que más miedo pasaste. Gracias por enseñarme lo bello de la vida y deshacer los nudos que se nos formaban en la garganta.


Gracias por ser hogar y por cuidar de nosotros siempre, puedes estar tranquilo, que todos vamos a cuidar de la yaya lo mejor que podamos.


Y como tu profesión nos ha enseñado, la muerte no es el final, así que nos vemos en los bares, con tu vino y los millones de besos que no he podido darte estos últimos meses.


Te quiero, yayo.




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María González Torres.