Hoy os vengo a contar una historia que muchos os
sabréis mejor que yo.
La historia de un chico que se enamoró de una
bandera, una mujer con vestido rojo y alhajas de oro a la cual le juró lealtad
la primera vez que la besó, y desde entonces, no ha podido dejar de luchar por
ella.
Lo hizo por tierra, mar y aire para defender a
fuego a la mujer de la que se enamoró. Un joven que con diecisiete años llegó a Madrid
con el deseo de ser Infante de Marina y no dejó de esforzarse hasta que lo
consiguió.
Este chico, se recorrió los cuatro puntos
cardinales cargado de sueños que fue convirtiendo en recuerdos conforme iba
avanzando por el mundo, pasando por San Fernando, Ferrol, el Mediterráneo,
Líbano, Madrid, África y acabando en su querida Cartagena. De este modo, su
mochila fue cada vez más pesada ya que los recuerdos se iban acumulando en
ella.
Todo esto lo compartió con un padre, que le enseñó
el amor, honor y respeto que se merecía aquella mujer de vestido rojo.
Con otra reina, de la cual se enamoró más
perdidamente, si cabe, que de la primera. Y esto, no hacía falta jurarlo.
Con dos monstruitos que vinieron debajo del brazo
enseguida, y hoy, una, está contando su historia.
Con una familia que vivió todas sus batallas; las
victorias y las derrotas. Y siempre esperó con orgullo su regreso a casa.
Con multitud de compañeros que esta carrera y
aventura le han dado. Y que hoy, que se cierra una etapa, estoy segura que
pasaran de ser compañeros a ser grandes amigos, incluso hermanos.
Por todo eso, papá, quiero que mires a tu alrededor
y veas la cantidad de gente que te ha dado la vida que has conocido, que has
elegido y que hoy, han querido estar compartiendo este momento contigo.
Que no se te olvide que nunca dejarás de ser aquel
soldado con el pelo rapado que un día decidió que lo que quería hacer era
defender a su país, porque el amor que le procesas a esa bandera es
indiscutible, innegociable e intemporal; y no entiende de situaciones de
actividad, reserva o jubilación; porque ese amor, no es algo que se elige, es
algo que te toca, que te pasa. Y eso, no va a dejar de pasarte nunca.
Porque despedirse es seguir siendo. Y estar o no
estar es algo indiferente cuando se es. Así que, aunque quizás con el pelo un
poco más plateado, sigues siendo aquel joven Infante de Marina enamorado de una
bandera.
Despedida a un Infante de Marina.
Con cariño y orgullo de tu hija,
María.
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María González Torres.
Imagen: María González Torres.