viernes, 29 de noviembre de 2013

Definiciones #2.




Yo: Dícese de la persona que tiene todos los huesos rellenos de ausencias. Que siempre le gustó jugar con fuego y así acabó, hecha cenizas. Hace saberse sinestesia. Caótica. Escribe al desastre. Reloca siempre recuerda, como chica busca chico, pero chica nunca encuentra y chico nunca espera. Dícese de quien desespera. Necesita puntos de sutura. Le llaman invierno pues estuvo enamorada del frío. Nostálgica. Cree en un mundo más romántico, más poético, más Cortázar, en la Maga, en la magia. Cree en la distancia si se trata del verbo crear y no creer. Sonreía diferente cuando él estaba. Apoptóticamente sentimental. Suicida, masoca. Su piel estremece, se eriza con música jazz. Rompe (con) las medias, ya sean naranjas o las que se puso el viernes por la noche con ganas de comerse el mundo. Rubia como la cerveza, labios sabor a ron. Esquiva lunares. Se pierde entre fronteras pues ya no tiene puntos cardinales por los que guiarse. No hay poesía para estas musa(raña)s. No busca símiles, ni sinónimos, ni respuestas.


Escrito por María González Torres. ©

viernes, 15 de noviembre de 2013

Definiciones #1.


Él: Dícese de la ausencia que llena todos los vacíos y cala hasta los huesos. Sujeto en extinción. Lo más parecido a un siempre, y eso, que siempre fue un poco nunca. Intentó volar sin saber planear (y así nos fue). Sabe dejarte en jaque. Se hace saber revolución, nación, utopía. Su risa te hacía reír y esas carcajadas sin aire se quedan grabadas en el tiempo. Es análogo al caos, al desastre. Es recuerdo. Le llaman herida. Es capaz, capaz de traer el frío siberiano tan sólo con cerrar sus párpados, pues ya lo dije, la primavera vive en sus ojos. Agnóstico-sentimental. El primer día del resto de mi vida. Abreviatura de nostalgia. Sonríe diferente. Es música jazz. Lo deja todo a medias. No bebe cerveza, así no se acuerda de su pelo. Odia el ron. Posee lunares capaces de ser puntos cardinales. No entiende de fronteras. Es lo que necesita la poesía. No busquéis sinónimos, pues no los hay.



Escrito por María González Torres. ©