Selva, donde el corazón late más rápido, donde me entienden cuando no me
entiendo ni yo. Donde encontré la banda sonora de mi vida, el resumen de las
sonrisas y la sinopsis perfecta de la felicidad. Donde me hice imparable,
implacable.
A ti, que debes ser de fuera de la retina, algo parecido al brillo de los
ojos. La frase subrayada del resto de mis libros. El tesoro que encuentras en
mitad de la basura. O viceversa, tú ya me entiendes... Algo así como la parte
del iceberg que no se ve, pero con la que chocas de frente y para siempre.
Selva, donde esculpiste mi corazón de piedra y lo hiciste gárgola. Le diste
vida y ahora late. Joder que si late. Donde existen mañanas de no te vayas
nunca, ahora, que siempre estamos a tiempo, que da igual las horas que nos
quiten. Donde encontré en cada uno de mis “quiero” todos tus “puedo”.
A ti, que dejaste mi zona de confort por los suelos y me hiciste valiente.
Que me desarmaste, y yo, casi inerme, con una sola bala en la recámara saldría
de la trinchera tan solo por otro beso más. Fototaxia positiva, supongo.
Que eres de vida contagiosa, que me has hecho indígena de un sitio que no
me pertenece y en el que quiero quedarme. Quiero abrazarte tan fuerte como para que mi corazón se pase al laito
del tuyo. Y es que he llegado a un punto que estar en mi cama sin que sea la
tuya la hace menos mía.
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María González Torres.
Imagen: María González Torres.