miércoles, 31 de octubre de 2018

Abuela.



Epitafio a mi mujer favorita en el mundo, mi tocaya, mi abuela.

De Ronda, de Málaga, de Madrid… Y aparte, de cualquier lugar donde estén sus cinco hijos, sus once nietos y sus seis bisnietos. Y de allá donde esté el abuelo Gilberto.

Gracias por enseñarme tantas cosas. Por enseñarme que con la dulzura se pueden conquistar grandes Torres, y mira que somos cabezotas. Y mira que nos has conseguido enamorar a todos y cada uno de nosotros.

Todos estos últimos meses, cuando tu voz ya se había ido, gracias por enseñarme a hablar sin palabras. A querer sin condiciones y a sonreír venga lo que venga.

Gracias por todas esas reuniones familiares, en las que cantabas, en las que reías y con las que siempre nos has mantenido tan unidos. Gracias por hacernos familia.

Gracias por enseñarme que con la bondad se llega más lejos, se quiere más fuerte. Gracias por enseñarme a querer a distancia y que echar de menos siempre tiene su recompensa.

Gracias por los besos, los abrazos, las caricias y los apretones de manos. Por todos los recuerdos que nos llevamos los que estamos aquí presentes.  Gracias por mis tíos y mis primos, pero sobre todo, gracias por mi madre.

Gracias por querernos siempre y por encima de todo. Con todos nuestros defectos y remarcando todas nuestras virtudes. Gracias por creer en nosotros, por tu lealtad y fidelidad.

Gracias por las pocas veces que te quejaste y por las veces que sonreíste, aunque ahora sé que a veces no tendrías ni ganas, ni motivos. Pero eras siempre fuerte, siempre generosa, siempre cariñosa.

Y perdónanos por no haber querido despedirnos antes de ti, pero es que el egoísmo de quererte es muy grande. Pero hoy, estoy contenta, porque sé que allá donde vayas hay alguien que está esperando a su madrina de guerra. Alguien que lo primero que te dirá será “¡Cuánto has tardado, Mariquilla, llevo mucho tiempo esperándote!”.

Gracias por cuidar de mí siempre. Todo esto me lo llevo conmigo, son mis pilares, mis raíces. Y como ya te dije una vez; yo de mayor, quiero ser como tú.  Te quiero, abuela.


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María González Torres. 


Imagen: María González Torres.




jueves, 9 de agosto de 2018

Despedida a un Infante de Marina.




Hoy os vengo a contar una historia que muchos os sabréis mejor que yo.

La historia de un chico que se enamoró de una bandera, una mujer con vestido rojo y alhajas de oro a la cual le juró lealtad la primera vez que la besó, y desde entonces, no ha podido dejar de luchar por ella.

Lo hizo por tierra, mar y aire para defender a fuego a la mujer de la que se enamoró. Un joven que con diecisiete años llegó a Madrid con el deseo de ser Infante de Marina y no dejó de esforzarse hasta que lo consiguió.

Este chico, se recorrió los cuatro puntos cardinales cargado de sueños que fue convirtiendo en recuerdos conforme iba avanzando por el mundo, pasando por San Fernando, Ferrol, el Mediterráneo, Líbano, Madrid, África y acabando en su querida Cartagena. De este modo, su mochila fue cada vez más pesada ya que los recuerdos se iban acumulando en ella.

Todo esto lo compartió con un padre, que le enseñó el amor, honor y respeto que se merecía aquella mujer de vestido rojo.

Con otra reina, de la cual se enamoró más perdidamente, si cabe, que de la primera. Y esto, no hacía falta jurarlo.

Con dos monstruitos que vinieron debajo del brazo enseguida, y hoy, una, está contando su historia.

Con una familia que vivió todas sus batallas; las victorias y las derrotas. Y siempre esperó con orgullo su regreso a casa.

Con multitud de compañeros que esta carrera y aventura le han dado. Y que hoy, que se cierra una etapa, estoy segura que pasaran de ser compañeros a ser grandes amigos, incluso hermanos.

Por todo eso, papá, quiero que mires a tu alrededor y veas la cantidad de gente que te ha dado la vida que has conocido, que has elegido y que hoy, han querido estar compartiendo este momento contigo.

Que no se te olvide que nunca dejarás de ser aquel soldado con el pelo rapado que un día decidió que lo que quería hacer era defender a su país, porque el amor que le procesas a esa bandera es indiscutible, innegociable e intemporal; y no entiende de situaciones de actividad, reserva o jubilación; porque ese amor, no es algo que se elige, es algo que te toca, que te pasa. Y eso, no va a dejar de pasarte nunca.

Porque despedirse es seguir siendo. Y estar o no estar es algo indiferente cuando se es. Así que, aunque quizás con el pelo un poco más plateado, sigues siendo aquel joven Infante de Marina enamorado de una bandera.







Despedida a un Infante de Marina.  
Con cariño y orgullo de tu hija, 
María.





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María González Torres. 

Imagen: María González Torres.





sábado, 19 de mayo de 2018

Darwin, tenemos un problema.




Deshumanización evolucionada. En son de paz, al son de la paz, pero sin humanidad.

Imagínatelo, como lo hacía Lennon. Sin países, sin religiones, sin codicias. Demasiado difícil, ¿no?

¿Dónde está la globalización del mundo, si es independiente?
El todos para uno y uno para todos, pero las bombas, lejos de casa. Volver a Berlín y sus muros. Un gran límite entre fronteras, colores y mundos. El primero y el tercero, nunca debieron haberse deshecho del segundo. El barrer lo tuyo, y que le den al vecino. Aunque siempre salude. Y más le vale, que no haga demasiado ruido.

Sociedad en la que el más generoso es un tal Juan Palomo, que es hortelano y tiene un perro. Pero qué más da, si el pan les sobra a los que están llenos y nadie pregunta por los que tienen hambre. Que hacemos el amor en casa, y la guerra lejos.
Lejos; donde han crecido los enanos, la gente tiene los dientes largos y se consuelan por tontos. O por no haber elegido su maceta, en la que no pueden echar raíces y eso que tienen un estiércol de puta madre, les sobra mierda.

Cuando el río no suena, ni siquiera lleva agua y los hilos que manejan e iluminan el mundo, se mueven como peces, gordos, en la poca que queda. Mascarillas contra aires contaminados, de grandeza. Un pequeño monstruo negro corre por debajo de los pies, y para cuando lo encuentras se hace tesoro o maldición, según para quién.

Somos ricos en personas pobres, en miradas a otro lado (el que más convenga) y en palmaditas en la espalda del que más cobija.

Ay, Mafalda, ojalá pudiese bajarme ahora.




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María González Torres. 

Imagen: El Diario de la Pampa.